miércoles, 3 de junio de 2015

Fotos y adioses...











Bueno, queridos, llegó la hora de despedirnos (snif!). Aquí os dejo algunas fotos para que nos recordemos todos (en este enlace podéis ver todas las de la graduación, que son muchas)... La verdad es que os voy a echar de menos (snif 2!). Pero a la vez espero que os vayáis muy, muy lejos (:-)), ya sabéis, que voléis muy muy alto, que no os conforméis con cualquier caverna (por muy cómoda que sea), que traigáis buenas ideas al mundo (además de niños y otras cosas), que eduquéis a otros en esa kantiana "mayoría de edad" que tan clara veo en vosotros, que penséis y hagáis (por este orden) lo que, de verdad, queréis, que no os dejéis pisotear (ni "alienar") por nadie, que busquéis el conocimiento, que seáis lúcidos, buenos, justos, bellos y felices (también por ese orden) y, sobre todo, que os bebáis la vida sin dejar ni una sola gota en la copa... Bueno, y también que en uno de esos días tontos (que espero sean muy pocos) os acordéis de mi y de estas clases que hemos compartido, y que vengáis a contármelo todo.
Ha sido un placer pasar un año con vosotros. Besos y abrazos a todos. Os deseo la mejor de las aventuras!!!! 


















































































martes, 2 de junio de 2015

¿Quién es el superhombre nietzscheano?

Paradójicamente, y aun toda su crítica a la moral, el “superhombre” representa un modelo moral, el de una moral amoral, o una “moral sin moralina”, dice Nietzsche, pero una moral al fin y al cabo.

El superhombre es, en general, aquél que encarna en sí la “voluntad de poder”. La voluntad de poder es, para Nietzsche, la fuerza ciega, irracional y creadora con que la Realidad y la Vida se afirman una y otra vez (en un “eterno retorno”) a sí mismas. En este sentido, el superhombre es el hombre real, el hombre que realmente vive, el perfecto “vitalista”. ¿Y en qué consiste esto? Podríamos atrevernos a resumirlo con estas tres notas: el valor para invertir todos los valores, el poder para expresar creativamente su poder en el mundo, y el amor incondicional a la vida (el amor al amor mismo).

En primer lugar, el superhombre es aquel que se rige por una moral afirmadora de la vida (una “moral de señores”), negando e invirtiendo todos los valores de la moral tradicional. Para esto ha de tener la fuerza sobrehumana necesaria para situarse por encima de esa moral tradicional (oponiéndose a todos) y vivir de acuerdo con los "auténticos valores": la aceptación de la vida sin reservas (con su dosis de dolor e incertidumbre), la búsqueda del placer, la lucha, el egoísmo… El superhombre tiene la fortaleza para sobrellevar la entera y cruel verdad sobre la vida y el mundo…

En segundo lugar, el superhombre es aquel capaz de crear sus propios valores y su propio mundo, tal como hace un artista genuino o un dios creador, plasmando su voluntad en la realidad, haciendo de su poder ley, y de su fuerza verdad. 
El superhombre no explica ni justifica, hace y domina. Para esto ha de poseer una energía sobrehumana, la máxima libertad de espíritu, y una cualidad individual superior (el superhombre es el supremo individualista, un creador solitario, que afirma constantemente su diferencia)…

En tercer lugar, y a modo de resumen, la característica esencial del superhombre es su amor ciego e incondicional a la vida. El superhombre abandona toda fe, todo deseo de certeza y seguridad, se acostumbra a la cuerda floja de todas las posibilidades. Su sí a la vida es absoluto, sin elección ni renuncia, lo quiere todo, también el error, y el dolor. Su amor es el de la temeridad inconsciente de un niño que juega con la vida sin ningún temor, y que la ama sin distancia, sin pensar en ella...


Y ahora. ¿No os gustaría ser como superhombres? 




Nihilismo y "muerte de Dios".

Como ya se ha dicho, la cultura occidental niega la realidad y la cambia por lo que no existe: un mundo de esencias ideales inmutables y racionales, con respecto al cual es posible la ciencia y la verdad objetiva. Además, en consonancia con ese “mundo” y contaminada por el cristianismo, nos infunde una moral que niega el cuerpo, las pasiones, el anhelo de lucha y poder… Es decir, que niega la vida. La cultura occidental ha negado la realidad y la vida, las ha cambiado por ilusiones, por muerte, por nada. Esto es “nihilismo” (“nihil” significa en latín “nada”).

Pero este nihilismo ha llegado a su culminación en la época moderna, pues en ella esas ilusiones (el Ser de los metafísicos, la Verdad objetiva, la Bondad de la moral cristiana) empiezan a revelarse como lo que son: nada, humo que se desvanece…

En la sociedad moderna y burguesa se va imponiendo el escepticismo con respecto a las ilusiones metafísicas y religiosas (¿quién cree ya en el mundo de Platón, en el Cielo de los cristianos, en la utopía feliz de los socialistas?). La ciencia, además, ha reducido la metafísica de los filósofos a frías fórmulas matemáticas y hechos observables. Y la religión se ha demostrado como una mera invención de los hombres.

La propia Verdad se relativiza. Toda verdad es interpretación, incluso las verdades de la ciencia. ¿Quién cree hoy que sea posible la verdad absoluta sobre el mundo, el hombre, la historia…?

De igual modo ocurre con la moral. Toda afirmación sobre lo que es bueno y malo se torna relativa, subjetiva. ¿Quién cree hoy que nadie tenga la última palabra sobre qué es bueno y qué es malo? La moral tradicional, en especial, enraizada en el cristianismo, hace aguas al igual que el cristianismo mismo. En la sociedad burguesa no hay más valor universal que el dinero…

En resumen, como dice Nietzsche: “Dios ha muerto”. Dios no solo refiere al Ser supremo de los judíos y los cristianos (¿Quién cree sinceramente hoy en él?), sino todo lo que Dios simboliza: un Mundo ideal y eterno, una Verdad absoluta, una Moral universal en la que lo bueno y lo malo están perfectamente delimitados…

Este nihilismo consumado en la época burguesa muestra lo único que había bajo esos ídolos muertos (Dios, el Ser, la Verdad, la Bondad): miedo y afán de seguridad. Y eso es el dinero, el único dios (ser, verdad, bondad) que ha quedado en pie. El burgués ya solo cree en el dinero. Pero el dinero es una nada aún más abstracta y muerta que los ídolos asesinados por él. Es un medio para nada, pues él mismo ha acabado con todo. Ha sometido la moral al mercado, relativizándola y, así, ha acabado con la sociedad; pero la sociedad, antes de arruinarse ha acabado con el mito de la verdad objetiva y científica, reconociendo que esta no era más que cosa de perspectiva e interés; y la ciencia a su vez, antes de hundirse, ha podido acabar con la religión y la metafísica; así que, realmente, no ha quedado nada -bueno, verdadero, relevante- que de valor a esa moneda o medida abstracta que es el dinero.

Consumido así en la certeza del nihilismo, el hombre moderno en un ser decadente y pasivo, apoltronado entre sus mercancías, e incapaz de apasionarse realmente por nada.


Pero frente a este nihilismo pasivo e impotente, Nietzsche cree posible un nihilismo activo y creadorEste nihilismo activo será el de aquel que, sobre las cenizas de la decadencia de occidente, sea capaz de reencarnar en sí la voluntad de poder que mueve el mundo y fundirse a sí mismo como un hombre nuevo, creador de nuevos valores que afirmen (y no nieguen) el propio poder y la creatividad de la vida. A este le llama Nietzsche el “superhombre” (o “suprahombre”). 

¿Qué creéis? ¿Tendrá Nietzsche razón?


Tres tristes mitos. La crítica de Nietzsche a la cultura occidental.


La cultura occidental es un inmenso error, una rebuscada y persistente manera de negar la Realidad y la Vitalidad humana. Este es el más claro y escandaloso mensaje de F. Nietzsche, el filósofo del martillo...

Durante más de dos mil años, la cultura occidental se ha construido como una fortaleza en la que "protegernos" de la realidad. Un castillo edificado en el aire de las ideas y las palabras, y cimentado en mitos, en tres tristes mitos. Estos son.

El mito del “otro” mundo (el error metafísico-religioso)

Incapaces de afrontar el mundo real tal como es (cambiante, contradictorio, irracional, imprevisible…) los filósofos, desde Sócrates y Platón, han inventado “otro” mundo más "seguro", a la medida de sus miedos y necesidades. Un mundo incorpóreo, eterno, racional, ordenado y justo, y que, por supuesto, es el “verdadero”. Según ellos, el hombre ha de vivir para este “otro” mundo ideal sacrificando el mundo real y presente (que no sería más que “apariencia”, sombras en la caverna de Platón).

Este “otro” mundo filosófico es el de las formas platónicas, pero también el del cielo cristiano (el cristianismo es, dice Nietzsche, “platonismo para pobres”), o el de la utopía social de los ilustrados (el socialismo es como un "cristianismo laico")... 

De otro lado, este mito del “otro” mundo alimenta el mito de la historia, que sería el “paso” (el sufrido "vía crucis") desde el mundo terrenal y aparente al mundo ideal y verdadero. Y también el mito del lenguaje: la idea de que los conceptos, la gramática y la lógica son la estructura real del mundo (en lugar de meros moldes “momificados” que la realidad desborda continuamente). 


El mensaje de todos estos mitos es el mismo: la realidad, la vida verdadera no es esta, sino otra que está siempre por llegar. La consecuencia es obvia: el sacrificio del presente, que es, para Nietzsche, lo único real.


El mito de la verdad objetiva (el error del positivismo).

El ansía de seguridad y previsión ha hecho que los hombres modernos pongan su fe en la ciencia y en su capacidad para conocer y controlar el mundo. Pero esta capacidad es otro mito, el mito positivista. La ciencia niega y olvida el mundo real como la metafísica (pobre) que es. Cree que la vida cabe en la precisión de sus conceptos, olvidando que la vida no está compuesta de cosas estables y aisladas a la medida de esos conceptos (cuya raíz está, además, en las metáforas y la imprecisa imaginación de los hombres). Cree que las propiedades o cualidades del mundo son “aparentes” y reducibles a cantidad y matemáticas, olvidando que todas las cualidades –la alegría, lo rojo, lo circular… — son irreductibles a número y razón.
 Cree que los hechos dan objetividad a sus hipótesis, olvidando que toda experiencia lo es de un sujeto cargado de ideas, deseos, emociones e intereses subjetivos (perspectivismo). Cree que la verdad es universal y está por encima de todo, olvidando que la verdad, siempre al servicio de la vida, es “la mentira más útil” en cada momento (pragmatismo).
Cree que en la superioridad del conocimiento científico, olvidando que la ciencia (como el arte, la religión, la filosofía…) no es sino otra forma de clasificar las cosas, ni mejor ni peor, para dar seguridad y confianza al hombre. Y cree, finalmente, en su contribución al progreso material, olvidando que el desarrollo científico y técnico no es sino el desarrollo del poder de los Estados para controlar cada vez mejor a los individuos…  

El mito de la moralidad tradicional.

El miedo a la vida y al mundo real no solo ha dado lugar a una metafísica del “otro mundo” (y a la fe en la ciencia que acabará con toda incertidumbre), sino a una moral invertida y perversa, que culpabiliza todo instinto o impulso vital, y declara como “bueno” todo lo que niega la vitalidad natural del hombre. 
Una “moral de esclavos” o del “rebaño”, según la cual todo lo real es malo (el desorden, la pasión y los deseos del cuerpo, el sexo, la diferencia jerárquica entre los hombres, la competencia, la astucia y el engaño, la lucha, el egoísmo…). Y todo lo ideal (y por tanto irreal) es bueno (el orden, el dominio de la razón, la castidad, la igualdad entre los hombres, el amor desinteresado, la sinceridad, la paz, el deber y el sacrificio de los propios intereses…).


La consecuencia del predominio de estos tres mitos está, según Nietzsche, a la vista. Es la decadencia de la cultura occidental, cuyos hombres han perdido su energía vital, su capacidad para gozar y vivir el presente, y viven acobardados, como muertos en vida, incapaces de imponer su voluntad y hacer lo que realmente quieren, subyugados por ideales y mitos que siempre  aplazan la “vida verdadera” y plena a un futuro inexistente…


¿Estás tú entre estos “zombis” que retrata Nietzsche? ¿Será verdad lo que decía este filósofo hace más de un siglo? ¡Atrévete a pensarlo!